Eduardo Planchart: Un Chamán de la Expresión Popular
1954 – 2025
Por Julio César Briceño Andrade
A petición de mi amigo Rafael Montilla, es un honor y un placer compartir mi experiencia, breve pero intensa, con Eduardo Planchart Licea. Eduardo era un ser de una amabilidad y sensibilidad raras, de una inteligencia aguda, que, aunque pareciera huraño a primera vista, se revelaba como una persona profundamente gentil y solidaria.
Nuestro primer encuentro tuvo lugar en enero de 2002, en la Galería de Arte Ascaso de Valencia. Me cautivó saber que era filósofo, escritor, ensayista, curador, crítico de arte, documentalista y promotor cultural. La galería lo había elegido para escribir la presentación del catálogo de mi décima exposición individual, titulada “Levitaciones”. En nuestra conversación, Eduardo me contó que había realizado un doctorado en arte latinoamericano en México y que dedicaba su vida a explorar, estudiar y, sobre todo, a vivir y pensar el arte latinoamericano, especialmente en su vertiente de expresión popular.
De inmediato, conectamos. Ambos compartíamos una fascinación por lo ancestral, el arte precolombino y, por supuesto, lo hecho a mano, que él defendía con vehemencia como un “Arte-Sano”. Personalmente, siempre lo describí como un Chamán practicante de una filosofía prehispánica sagrada, cimentada en lo mitológico, estético, religioso, artístico, cultural y ecológico. Era un hombre que veía el arte como una manifestación profunda del espíritu humano, arraigado en la tierra y sus tradiciones.
Una Obra Escrita con el Alma
El año siguiente, siguiendo un consejo de Oswaldo Vigas, me propuse editar un libro sobre mi extensa obra en bronce. Como Eduardo ya conocía gran parte de mis creaciones y mi trayectoria, no había nadie mejor que él para embarcarse en esa labor. Lo llamé y, para mi alegría, aceptó la propuesta. Me citó en su apartamento en un momento difícil de su vida, inmerso en su proceso de divorcio. “Tráeme fotos de todas tus obras y toda la documentación que corrobore lo que se escribirá en el libro”, me dijo con una voz teñida de tristeza.
Recuerdo vívidamente que, tras cumplir con lo solicitado, llegué a su apartamento a las ocho de la mañana de un 24 de diciembre de 2003. La escena era asombrosa: todo el suelo estaba tapizado con fotografías, catálogos y documentos de mi vida artística. Pasamos un día entero de tertulia, inmersos en el arte y en conversaciones profundas, tanto que me fui bastante tarde esa noche, casi perdiéndome la llegada de San Nicolás para mis hijos.
Una vez terminado el texto, razonado y ordenado con la brillantez que le caracterizaba, comencé la ardua búsqueda de patrocinadores. Después de tocar innumerables puertas, la Constructora Odebrecht de Venezuela, en aquellos días en su máximo esplendor bajo la presidencia del ingeniero brasileño Euzenando Acevedo, accedió a financiar el proyecto. Eduardo siempre estuvo involucrado en la edición del libro, cuyo diseño corrió a cargo de Yesica Rodríguez, la corrección de texto fue obra del escritor Mauricio Vilas, la fotografía de mis amigos Jimmy Solorzano y Anaxímenes Vera, entre otros, y el retoque digital lo realizó José Manuel Macrillante.
El bautizo de “Entre Diosas y Levitaciones”, impreso en Editorial Arte, se llevó a cabo el jueves 1 de diciembre de 2004 en los Espacios Abiertos de la Torre Corp Banca de La Castellana en Caracas. Rodeado de una docena de mis esculturas, estuve cuatro horas firmando autógrafos, un recuerdo imborrable de ese día tan especial.
Con el paso del tiempo, Eduardo me hizo una confesión que me conmovió profundamente: “Julio, escribir tu libro me salvó de la depresión que me causó el divorcio y el derrumbe de mi hogar”. Rara vez hablaba de sí mismo, pero en otra ocasión me comentó que padecía una enfermedad degenerativa, Artritis Reumatoide, y que pensaba mudarse cerca del mar para buscar bienestar.
El Último Acto de un Pensador Incansable
En 2009, Eduardo se trasladó a Naiguatá, Venezuela. Allí, a pesar de las severas limitaciones impuestas por su enfermedad y una gran soledad, continuó investigando y escribiendo incansablemente hasta finales de 2024. Jaciel Aponte y su esposa, amigos y vecinos de Eduardo, relatan que a pesar de todos los cuidados que le procuraron y los desesperados avisos a sus familiares sobre su grave estado de salud, nunca obtuvieron respuesta alguna.
En febrero de 2025, Eduardo comenzó a perder la masa muscular en sus piernas. Sufrió complicaciones urinarias e intestinales, y aunque recibió múltiples atenciones médicas, no pudo resistir más. Falleció el 8 de mayo de 2025 en el hospital de Naiguatá, a causa de deficiencia respiratoria y cáncer de próstata.
Para finalizar, es oportuno recordar el aforismo de José Martí que dice: “Los grandes hombres no mueren nunca. Hay hombres que hasta después de muertos dan luz de aurora. La muerte no es verdad, cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.
Eduardo Planchart Licea, un gran hombre, para nosotros no morirá nunca, porque has cumplido con excelencia la obra de tu vida, esa que se inició en Guadalajara, México, un 29 de enero de 1954.