El oro como memoria: La joyería nativa en Norteamérica

Cuando pensamos en el oro en América, la mente suele viajar hacia los tesoros mayas, aztecas o incas. Pero lo que pocos recuerdan es que en las tierras del norte—lo que hoy llamamos Estados Unidos y Canadá—algunas tribus también trabajaron el oro, no con la avaricia colonial que llegaría después, sino con una intención más profunda: contar historias, conectar mundos, afirmar identidad.

Perez Art Museum PAMM
Pérez Art Museum Miami

Las tribus del Noroeste del Pacífico, como los Haida y los Tlingit, fueron maestras de la joyería en metales preciosos. Su oro no era ostentación, sino linaje y espíritu. Los orfebres haida, por ejemplo, creaban magníficos brazaletes y anillos en los que esculpían con increíble precisión figuras totémicas: águilas con alas extendidas, osos guardianes, cuervos portadores de conocimiento. Cada pieza no era solo adorno, sino un pedazo de historia familiar, un sello de clan, una declaración de pertenencia.

El oro llegó a sus manos por diversas rutas: antes de la colonización, usaban cobre y otros metales, pero en el siglo XIX, con el comercio y la llegada de herramientas más avanzadas, lo incorporaron a su tradición artística. Lo moldeaban con técnicas ancestrales, golpeando y tallando el metal con la misma sensibilidad que aplicaban a la madera y la piedra. Su estilo era rotundo y expresivo: líneas gruesas, figuras esquemáticas pero llenas de fuerza, cada trazo cargado de simbolismo.

Más al sur, en lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos, los navajos y los pueblos pueblo, como los hopi y zuni, también dejaron su huella en la joyería. Aunque su relación con el oro no fue tan profunda como con la plata—su verdadero material estrella—sí llegaron a trabajar el oro en piezas que reflejaban la vastedad del desierto y el movimiento de la naturaleza. Lo combinaban con turquesas, creando contrastes vibrantes que evocaban el cielo y la tierra.

Lo fascinante de estas joyas es que no eran solo ornamentos, sino talismanes. Amuletos de protección, símbolos de conexión con los espíritus animales, mapas de linaje y territorio. Un brazalete de oro haida podía hablar de un linaje de navegantes y líderes. Un colgante hopi, con su geometría precisa y elegante, podía ser un recordatorio del equilibrio entre la vida y la naturaleza.

Pero como siempre, llegó la colonización y con ella, la depredación. Muchos de estos objetos fueron saqueados, vendidos como “souvenirs” o simplemente derretidos. Sin embargo, la tradición no desapareció. Hoy, artistas indígenas han recuperado este legado y lo han llevado más allá. Diseñadores contemporáneos como Shaun Peterson (Qwalsius) o Keri Ataumbi han revitalizado la joyería nativa con oro, fusionando las antiguas narrativas con un lenguaje visual moderno.

Porque el arte indígena nunca fue estático. Nunca fue solo “artesanía” (palabra condescendiente donde las haya). Fue y sigue siendo un lenguaje vivo, un arte con pulso. Y en cada pieza de oro que sobrevive, en cada brazalete haida o colgante navajo, sigue latiendo la memoria de un pueblo que nunca dejó de contar su historia a través del metal.

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