La Semiótica del Arte: Hacia una Ontología de la Significación Visual
I. La Naturaleza Paradójica del Signo Artístico
La semiótica del arte se enfrenta a una paradoja fundamental que rara vez se aborda en los estudios introductorios: el signo artístico existe simultáneamente como presencia material y ausencia conceptual. Cuando contemplamos una pintura, no experimentamos meramente pigmentos sobre lienzo, sino que atravesamos la materialidad hacia un dominio de significación que trasciende lo físico. Esta dualidad ontológica—la obra como objeto y como signo—constituye el núcleo problemático de toda teoría semiótica del arte.
Charles Sanders Peirce, en su arquitectura triádica del signo, nos ofrece un marco que supera el binarismo saussureano. El signo no es simplemente la relación entre significante y significado, sino una estructura tripartita que involucra el representamen (el signo mismo), el objeto (aquello que representa) y el interpretante (el efecto significativo que produce). Esta terceridad—el interpretante—es crucial para comprender el arte, pues introduce la dimensión pragmática: el signo artístico no existe en un vacío semántico, sino en un proceso dinámico de interpretación que genera nuevos signos.
II. La Semiosis Ilimitada y la Obra Abierta
La teoría de Peirce sobre la semiosis ilimitada ilumina un aspecto fundamental del arte: cada interpretación genera un nuevo interpretante que se convierte en signo para futuras interpretaciones. Este proceso, potencialmente infinito, explica por qué obras como “Las Meninas” de Velázquez o “La Fuente” de Duchamp continúan generando discursos críticos siglos o décadas después de su creación. No se trata simplemente de que admitan “múltiples interpretaciones”—concepto que permanece en el nivel superficial—sino que cada acto interpretativo transforma la obra misma al incorporar nuevos contextos semióticos.
Umberto Eco, en su concepto de “opera aperta”, desarrolla esta intuición peirceana aplicada específicamente al arte contemporáneo. La obra abierta no es ambigua por deficiencia comunicativa, sino por diseño estructural: su organización formal invita a una pluralidad de lecturas sin prescribir una ruta interpretativa privilegiada. Sin embargo, Eco introduce una distinción crucial: la apertura no implica infinitud caótica. Existe lo que él denomina “intentio operis”—la intención de la obra—que establece límites a la interpretación legítima. Así, el arte contemporáneo navega entre la determinación y la indeterminación, entre estructura y apertura.
III. El Problema del Referente en el Arte No-Representacional
La semiótica clásica, basada en modelos lingüísticos, enfrenta una crisis cuando se confronta con el arte abstracto. Si el signo artístico no representa un objeto identificable del mundo, ¿cómo funciona su significación? Kandinsky, en “De lo espiritual en el arte”, propone que la pintura abstracta opera mediante “resonancia interior”—una vibración espiritual que trasciende la referencia mimética. Desde una perspectiva semiótica, esto sugiere que el arte abstracto emplea signos que son primariamente cualisignos (signos de cualidad) más que sinsignos (signos de existencia singular) o legisignos (signos de ley o convención).
El color rojo en una pintura de Rothko no representa nada exterior a sí mismo; es una presentación más que una representación. Aquí, la semiótica debe expandirse más allá del modelo representacional hacia lo que podríamos llamar semiótica de la presencia. El signo no apunta hacia algo ausente, sino que presenta una experiencia cualitativa inmediata. Esta es la diferencia entre el icono como semejanza y el icono como evento fenomenológico.
IV. Códigos Culturales y la Hermenéutica de la Sospecha
Roland Barthes, en “Mitologías”, introduce la distinción entre denotación y connotación que resulta crucial para el análisis semiótico del arte. La denotación opera en el nivel del reconocimiento básico (estos son colores, estas son formas), mientras que la connotación involucra significados culturalmente codificados. Pero Barthes va más allá: identifica un tercer nivel que él llama “mito”—sistemas de significación de segundo orden donde signos completos se convierten en significantes de nuevos significados ideológicos.
En el arte, esto se manifiesta cuando, por ejemplo, el uso de perspectiva renacentista no sólo organiza el espacio pictórico, sino que connota valores humanistas, racionalidad científica y privilegio del punto de vista individual—todo un sistema ideológico codificado en una convención formal. El análisis semiótico debe entonces practicar lo que Ricoeur llama “hermenéutica de la sospecha”: interrogar no sólo qué significa la obra, sino qué intereses, valores y estructuras de poder están siendo naturalizados a través de sus códigos visuales.
V. La Traducción Intersemiótica: Entre Sistemas de Signos
Roman Jakobson distingue tres tipos de traducción: intralingüística, interlingüística e intersemiótica. Esta última—la traducción entre diferentes sistemas de signos—es particularmente relevante para comprender fenómenos como la écfrasis (descripción verbal de obras visuales) o las adaptaciones cinematográficas de novelas. El problema es: ¿qué se pierde y qué se gana cuando un sistema semiótico se traduce a otro?
La música no puede capturar el color, pero puede evocar su cualidad emocional. La poesía no puede reproducir la simultaneidad visual de la pintura, pero puede desplegar temporalmente sus elementos. Cada sistema semiótico posee affordances específicas—posibilidades expresivas únicas a su medio. El arte intermedia y multimedia contemporáneo explora precisamente estos espacios de traducción imperfecta, generando significados que emergen de la fricción entre sistemas sígnicos diferentes.

VI. Narratología Visual: La Sintaxis del Tiempo Congelado
Mientras que la semiótica del arte tradicionalmente se enfoca en signos individuales, la narratología visual—influenciada por la semiótica narrativa de Greimas—examina cómo las imágenes construyen estructuras narrativas. Una pintura es un objeto espacial, pero puede implicar temporalidad a través de lo que Lessing llamó “el momento pregnante”: ese instante que contiene el antes y el después, que sugiere movimiento dentro de la inmovilidad.
La composición pictórica funciona como una sintaxis visual: el orden de lectura (determinado por jerarquías visuales, vectores direccionales, peso cromático) crea una secuencia temporal implícita. Los esquemas narrativos (situación inicial, transformación, situación final) pueden estar codificados espacialmente—izquierda a derecha en culturas occidentales, por ejemplo. Así, la imagen estática deviene imagen-tiempo, para usar el término de Deleuze, donde el movimiento no es representado sino sugerido estructuralmente.
VII. La Fenomenología de la Experiencia Estética
Maurice Merleau-Ponty, en “El ojo y el espíritu”, critica la semiótica tradicional por reducir la experiencia visual a un proceso de decodificación intelectual. Para Merleau-Ponty, la visión es corporal, encarnada, prereflexiva. Antes de interpretar signos, experimentamos el mundo visualmente de manera inmediata y preconceptual. El arte, particularmente, activa esta dimensión fenomenológica de la percepción.
Esto plantea un desafío fundamental a la semiótica: ¿puede una ciencia de los signos dar cuenta de aquellos aspectos de la experiencia artística que preceden a la significación? Quizás necesitamos una semiótica fenomenológica que reconozca dos momentos: la presencia prereflexiva de la obra (su impacto sensorial inmediato) y su significación reflexiva (la interpretación conceptual). El primero no es simplemente “sensación sin sentido”, sino una forma de comprensión corporal que resiste la articulación proposicional.
VIII. La Iconoclasia como Crisis Semiótica
Las controversias iconoclastas—desde Bizancio hasta la Reforma Protestante—revelan ansiedades profundas sobre el poder de los signos visuales. El temor no es que las imágenes no signifiquen nada, sino que signifiquen demasiado, que establezcan una presencia que rivalice con lo divino. La iconoclasia es, fundamentalmente, un reconocimiento del poder performativo de los signos: no sólo representan la realidad, sino que la constituyen.
En el arte contemporáneo, esta dimensión performativa se hace explícita. El arte conceptual, por ejemplo, afirma que la idea (el concepto) es la obra misma, relegando el objeto material a mera documentación. Aquí, el signo artístico alcanza su máxima inmaterialidad: la obra existe como proposición, como acto de habla, como intervención en el discurso cultural. El objeto estético desaparece, dejando sólo el gesto semiótico.
IX. Conclusión: Hacia una Semiótica Crítica del Arte
La semiótica del arte no puede contentarse con ser una herramienta neutra de descripción. Debe reconocer su propia implicación en las estructuras de poder, conocimiento y subjetividad que el arte simultáneamente refleja y produce. Una semiótica crítica interroga no sólo cómo funcionan los signos artísticos, sino a quién sirven, qué mundos hacen posibles o imposibles, qué subjetividades construyen.
El signo artístico, en última instancia, es el sitio donde lo sensible se encuentra con lo inteligible, donde la materia deviene significado, donde la percepción individual se encuentra con códigos colectivos. Estudiar la semiótica del arte es estudiar cómo los seres humanos construyen y habitan mundos de significación—es, en el sentido más profundo, una antropología filosófica expresada a través de lo visual.
La pregunta no es simplemente “¿qué significa esta obra?”, sino “¿cómo produce significado este tipo particular de signo?”, “¿qué hace posible o imposible esta estructura sígnica?”, y finalmente, “¿qué tipo de sujeto se constituye en el acto de interpretar?” Estas preguntas nos llevan más allá de la semiótica descriptiva hacia una semiótica crítica y especulativa que reconoce el arte como un modo fundamental—quizás el más fundamental—mediante el cual los seres humanos se comprenden a sí mismos y a su mundo.





