Ya no creas en lo que escuchas, ni el sonido del viento, ni el quejido del ocaso o la melodía de las mañanas. No creas en la palabra, ni en la dicha por ti o pronunciada por los demás.
¡No creas en imágenes ni en los tres Reyes Magos, no creas! Porque el mundo está lleno de mentiras y especulaciones y llamaradas que iluminan, pero terminan perdiéndose en oscuridades.
No creas en la oscuridad ni sus misterios, ni te involucres en sectas o religiones, porque al final, nadie comprueba nada que no sea una fe interesada y chantajista. “Dichosos los que creen, sin haber visto”…
Dichosos los que no creen, así vean, porque ellos continuarán buscando y encontrando lo que otros no nos atrevimos.
Ya no creas que vivirás para siempre, ni que morirás “algún día”, porque la rutina termina con matarte y revive la consciencia escondida que al morir nace y que al nacer muere.
Ya no creas en la eternidad de las cosas, ni en su transformación, porque lo que fue no es y lo que es no será. Olvídate de tu casa y tu familia, porque otros la habitarán y desaparecerán todos los que nacieron de ti y aquellos de los que naciste. Tus hermanos, tus padres, tus hijos.
Deja de creer en los caminos y detén tu marcha galopante, porque igual llegarás a Roma; no importa por cuál camines, porque Roma está en todas partes y tú serás Roma cuando aprendas a escribirla al revés.
No creas en la Luna ni en el Sol, ni en el planeta que crees ocupar, porque todos son redondos y te empujan a su centro, evitando que te percates de que estás de pie o de cabeza sin que la sangre te corra por los oídos.
Ya no creas en Dios ni en el Diablo, porque ambos conviven en tu mente y no estás en el paraíso sonriente ni en el infierno ardiente. Ni aquí, ni allá, ni en el más allá y aunque a veces “creas creerte que estás”, desapareces al cerrar los ojos y “apareces” al volver a mirar.
Pero tampoco creas en lo que ves porque cuando no lo ves, no está. Todo es creado por ti y tú no sabes crear. Porque no crees, y si creyeras, seguro creerías…
¿Pero en qué vas a creer si todo se creó sin ti? ¿Cómo podrías creer en lo que no logras descifrar? ¿Quién eres tú y cómo llegaste aquí y para qué? ¿Quién dio nombre a las cosas y sentido y pertenencia y leyes y principios y dijo lo que es bueno y lo que es malo?
Crees en lo que otros te impusieron y no en lo que escogiste creer. Has aceptado al mundo como es porque lo encontraste así y, si te rebelas, te castigan. Por eso crees que todo está bien y, sin embargo, sabes que no.
Así hayas llegado a un mundo más adecuado, donde el mundo sea de todos sin fronteras ni recelos de raza o diferentes idiomas. Un mundo tuyo y de todos. Aun así, seguirías sin creer lo que miras, ya que el misterio seguirá constante y nadie sabe qué somos ni por qué estamos.
Pero si, a pesar de todo, decides “creer que crees”, ¡y crees! Entonces, no creas en mí porque yo no creeré en ti, así me muestres la verdad de las cosas y me enseñes el misterio de nuestra presencia. Una presencia tan abstracta como la oscuridad de los ojos cuando dormimos. ¡Salud! Mínimo Creero.





