El de más allá.
Soy una mente insertada a un cuerpo que responde a mi mando. Hago de él lo que me satisface, aun vaya en contra de mí mismo. Puedo destruirlo con mis hábitos y hasta hacer que me suicide.
Todo lo tengo controlado y a mi servicio. Solo tengo que cuidarme yo, de mí mismo, ya que a veces suelo pensar sin entender lo que pienso. Es como si dentro de mí hubiese “otro” que intenta descubrirse.
Uno que me pregunta cosas que no sé responder y que me incita a pensar en los imposibles de la vida. Como si él quisiera decirme “la verdad” pero no logro escucharlo.
No sé si “ese” soy yo o “algo” más allá de mí. Como si “en verdad” ese es realmente el que es y yo, un farsante ocupando el lugar de otro…
Ese “otro”, sospecho que sabe cosas vedadas a mí y que si me las revela, dejaría de ser lo que pienso que soy. Pero además, hay “otro”, es decir, un tercero con el que sí puedo “razonar” y tomar “decisiones”.
Ese tercero es “discernitud”, digamos, con el que discuto si perdono o no, si odio o amo, si me gusta o no. En esta “trilogía” de seres se debaten temas que no siempre se resuelven. Y nos dejan, a los tres, resignados a no insistir, ya que el cuerpo es quien más reciente los golpes.
Podemos destruirlo solo con los pensamientos y llevarlo al borde de la locura, descontrolando todas sus facultades motoras y demás sentidos que lo componen.
Si continuamos con “esta disputa” de “definir” quién tiene la razón de los tres, podríamos terminar todos ahogados y ocupando un cuerpo enfermo e inservible.
Yo, quien soy el “más cuerdo” de todos, y quien además “controla realmente” al cuerpo, he optado por “fluir” sin cuestionar nada ni hacerle caso al del “más allá”, porque ese solo “insinúa” sin decir nada y el otro, el que “discierne”, es tan temeroso que no me deja vivir…
¿Se imaginan ustedes que entre ellos dos se la pasan discutiendo sobre “el sentido de la vida”, uno que especula y el que en verdad sabe, es mudo, aunque intenta, telepáticamente, “aclararlo todo”?
Yo no puedo vivir, el poco tiempo que se me ha dado, poniéndole atención a estos “yos” que viven en mí y posiblemente de mí. Me intentan distraer de esta dimensión terrena, que de paso acarrea un montón de vainas más y uno como un equilibrista sorteándolo todo.
No me interesa saber nada, ni razonar, ni pensar, ni descubrir. Porque si me dicen que yo no soy yo, ni el que discierne, ni el del más allá, ¿qué gano con eso?
¿Acaso usted ganaría algo si descubre que usted no es usted, ni el otro tampoco, ni su mujer, ni sus hijos, ni nadie? Que todo es una simulación y que “el sentido” del sinsentido tiene “razón”…
Amigo, mi recomendación final ante estos desvaríos es que se vuelva vagabundo, o sea, como dicen los dominicanos, ¡se me importa to! No le dé mente ni se ponga a escuchar a “esos dos individuos” que ocupan su mente.
Enfóquese en ser simple y viva cada día como si fuera el último, sin cohibirse de nada ni aguantarle M a nadie. Total, al final se va a morir y seguramente el “del más allá” se hará cargo del asunto, pero mientras tanto, ¡usted es el que manda aquí! Así los otros dos le digan lo contrario. ¡Salud! Mínimo Allanero.





